#9 La de los nuevos horizontes
Estamos quemados.
Pero no estamos solos.
La llaman la Gran Renuncia, la Gran Reestructuración, la Gran Dimisión, y es un fenómeno que comenzó a principios de 2021 en Estados Unidos, cuando miles de personas abandonaron masiva y voluntariamente sus puestos de trabajo fijos en búsqueda de mejores oportunidades, sin estar obligadas a ello por un despido. Este último dato es clave porque, además, una parte de ellas ni siquiera dimite cuando ya tiene otro empleo apalabrado. Simplemente, se van para respirar y en busca de un futuro más prometedor.
Desde 2021 hasta ahora, las cifras de dimisiones en Estados Unidos son apabullantes: cerca de 50 millones de trabajadores han renunciado a su empleo. Los datos confirman que quienes más cambian de trabajo tienden a estar en los sectores del ocio, la hostelería y el comercio minorista, sectores que tienden a tener condiciones más inestables y salarios poco atractivos. Pero los trabajos “de oficina”, aunque con tasas de renuncia algo más modestas, tampoco son ajenos a esta imparable tendencia.
Me parece curioso que en el momento en el que más podemos temer por nuestra estabilidad económica e incluso por nuestra vida, como puede ser una pandemia mundial, empecemos a dejar nuestros trabajos en búsqueda de algo mejor. Suena tan idealista, tan en contra de lo que se podría esperar, que una parte de mí no se atreve a creérselo.
Pero mi otra parte, la que suele ganar la partida, dicho sea de paso, se regodea en la esperanza. Esperanza porque estas cifras quieren decir que, en cierto modo, el mundo está abriendo los ojos: ya no nos quedamos en nuestros trabajos por miedo a no encontrar algo mejor (los hijos de las crisis conocemos demasiado bien este miedo).
Estamos reevaluando lo que realmente importa, cuestionando la cultura corporativa convencional y buscando no solo más flexibilidad, equilibrio y conciliación, sino también sueldos justos y una mayor alineación con los valores de la empresa.
Si existe una revolución mayor que esa, ya me dirás cuál es.
Aun así, pensábamos que este fenómeno era algo del otro lado del charco. Cuando comenté este tema con algunos amigos y personas cercanas la respuesta más habitual era que “allí se cambia de trabajo mucho más rápido, hay más oferta y el mercado es más grande y variado”.
Por supuesto, esta creencia tiene parte de verdad, y con los sueldos que nos gastamos aquí no todo el mundo tiene la capacidad o la libertad de pegar el carpetazo y abandonar su aprisionador cubículo con una música triunfante de fondo (te lo imaginas, ¿verdad? Eso sí que es placer adulto).
Pero tampoco nos engañemos, no volvamos la mirada frente a la posibilidad de horizontes más luminosos, pensando que son inalcanzables espejismos antes de atrevernos siquiera a contemplarlos.
El fenómeno de la Gran Renuncia estadounidense se ha replicado en otros países, como Italia, donde el diario La Repubblica informa de que 1,3 millones de empleados abandonaron voluntariamente sus puestos en los nueve primeros meses del pasado año.
Pensábamos que en España, país del patrón y del “al menos da gracias que tienes trabajo” no nos atreveríamos a cometer semejante ofensa contra el capitalismo y la sumisión corporativa. Es cierto que en nuestro país el número de dimisiones en 2021 fue mucho más discreto: algo más de 30.000 bajas voluntarias durante el año pasado, según las estadísticas de afiliación de la Seguridad Social.
Quizá en España somos menos osados en ese sentido, y de hecho está mal visto eso de dejar el trabajo porque sí. ¿Quienes nos hemos creído? Pero aún así, la influencia de esta ola es innegable.
Hay indicios de que una revolución similar se puede estar cocinando a fuego lento en nuestro país; tanto es así que la Ministra de Trabajo ha convocado una reunión con los principales agentes sociales en las próximas semanas para hablar del tema de la Gran Renuncia, que ya inquieta al Gobierno y a los empresarios.
Además, según la Guía Hays del Mercado Laboral 2022, el 77% de los españoles encuestados asegura que cambiaría de empleo si pudiera.
Súmale la noticia de que la falta de camareros está poniendo en apuros a la hostelería de la Costa Brava a las puertas del verano, y que este sector presenta un déficit de 73.000 trabajadores con respecto a las cifras de antes del COVID (febrero 2020).
¿Cómo era eso de que si el río suena, agua lleva?
Tras ser testigos de la cruda realidad - que nuestra vida pende de un hilo y que nos estamos perdiendo demasiado viviendo bajo fluorescentes- ¿nos hemos vuelto más exigentes con cómo queremos pasar nuestro tiempo?
Mi yo idealista quiere pensar que nos importan más otras cosas, que nos hemos dado cuenta de que la vida son dos días y de que es hora de reordenar nuestras prioridades. Supongo que esto, unido a la frustración y el cansancio tras años de trabajar, pasar miedo y estar encerrados en casa como casi únicas actividades, ha propiciado que las flores empiecen a crecer bajo el asfalto.
Nuestra generación ha sido tachada de pusilánime, de no tener aguante, de ser poco ambiciosa. No, no hemos pasado el hambre de una guerra, pero tampoco hemos vivido el esplendor económico de nuestros predecesores. Y si en algo somos expertos, es en surfear crisis como buenamente podemos.
“Nadie quiere trabajar ya” reza una pintada en un McDonalds que se hizo viral en TikTok. A lo que el ex Secretario de Trabajo estadounidense Robert Reich contestó: “No, lo que pasa es que ya nadie quiere ser explotado”.
Jessica Kriegel, directora de personas y cultura de Experience.com, una empresa de tecnología, afirma “Estamos empezando a ver que la gente siente que no tiene que vivir con miedo. No se trata de anti-ambición. Se trata de una ambición increíble”.
Yo no podría haberlo definido mejor.