Como adulto, ¿tendré el valor infantil de perderme?
- Clarice Lispector
El pasado domingo por la tarde nos pilló en el sofá viendo distraídamente una serie en la que dos personajes con senderos plateados en las sienes discutían porque querían hacer cosas diferentes. Exhibían esa complicidad que da los años de convivencia, pero no estaban de acuerdo porque la mujer quería hacer algo, no recuerdo qué, que al hombre le parecía una absurdez. Por eso, cuando ella le intentaba arrastrar a hacer eso (menudo ejemplo he escogido, no me acuerdo de la mitad de la historia), él le soltó una frase que me hizo volver a prestar atención a la pantalla.
- ¿Pero por qué quieres hacer eso? ¿Qué eres, una niña?
Ahí estaba. El tono despectivo que me dejó a cuadros. ¿Por qué ser una niña era algo malo?¿En qué momento conservar la frescura de la infancia se ha tachado de ridículo?
Llevo tiempo pensando en que a la gran mayoría nos iría bastante mejor si fuéramos un poquito menos adultos y un poco más niños. Ya sé que me vas a decir que las reuniones de las Naciones Unidas no se pueden hacer en el patio de un colegio, ¿o quizá sí? Estoy segura de que si Putin y Zelenski hablaran de sus diferencias empujándose el uno al otro en los columpios no estaríamos todos con el corazón en un puño (no es mi intención frivolizar con un tema tan horrible, pero ya me entiendes).
Hace un porrón de años cuidaba a una niña por las tardes para ganarme unas perrillas. Se llamaba Claudia, era medio francesa y, como yo, tenía un acentuado gusto por la Nutella, así que nos llevamos bien enseguida. Por esa época yo cursaba segundo o tercero de carrera, y recuerdo especialmente una tarde en la que acudí a su parada del autobús agobiada porque tenía un examen complicado al día siguiente y no iba precisamente avanzada en el temario. Un rato después me hallé a mí misma metiendo manzanas, yogures y perritos calientes de plástico en una diminuta cesta de super y dirigiéndome a la cola (imaginaria) para pagar mientras pensaba: Madre mía, me quedan por lo menos 20 temas por estudiar esta noche y aquí me hallo, recolectando tomates falsos. Ese día me di cuenta de que los niños no necesitan suscripciones a aplicaciones para meditar. Ellos practican la presencia plena de manera natural.
Quizá ahora te venga a la cabeza tu sobrina que no para quieta ni para dormir y piensas: de presencia nada, ¡si está un segundo a cada cosa! Sí, pero estoy segura de que cuando está al torbellino, está al torbellino: no está pensando en qué opinará su tía Carlota de su repentina rabieta o en qué va a cenar luego. Venimos con el mindfulness de serie.
Si esto de volver a la presencia, la inocencia y la infancia te parece un poco naíf, hagamos una comprobación rápida: detén tu lectura por unos segundos y piensa en la última vez que jugaste a algo simplemente por jugar (intentar ganar al Monopoly no vale). Si ya lo tienes, te doy mi enhorabuena. Pero si apenas puedes acordarte, no me extraña nada. En esta sociedad nos divertimos poco (y eso que en este país nos gusta más el ocio que a mi perra un charco). Aún así, se nos ha olvidado cómo era eso de la espontaneidad.
En vez de leer más cuentos, hemos comprado el cuento más monótono de todos: aquel que dice que jugar es una pérdida de tiempo. Y es el rey de nuestra biblioteca, porque jugar no es útil para la rueda de hámster en la que estamos metidos. Y si acaso osamos hacerlo, siempre debe ser después de ser productivos, de hacer todos nuestros deberes, de sentirnos miembros útiles de la sociedad.
Fíjate, eso sí que puede ser una regresión a la infancia en cierto modo. Pensando que hacían lo mejor para nosotros, nuestros padres nos enseñaron que al volver del cole con la falda del uniforme del revés (la parte del culo hacia delante y viceversa, ¿no te pasaba?) no se podía jugar hasta tener todos los deberes terminados. Y es muy probable que nosotros hagamos lo mismo con nuestros hijos. ¿En qué profunda entraña se nos enquistó ese orden de los acontecimientos? Bajo la premisa de hacer siempre lo correcto, lo que se espera de nosotros, ¿hemos creado entre todos una sociedad alérgica a la vida?
Ojalá un mundo en el que construir castillos de arena, hacer amigos en el parque y comer nubes esponjosas no se considere una pérdida de tiempo.
Está en nuestras manos.
Paula
P.D. Ya sabes que me encantan los libros en general, pero el otro día me encontré en redes con esta frase que me hizo mucha gracia y que va mucho con este tema:
“Dejemos de avergonzar a la gente por leer libros infantiles. Los libros de adultos tratan sobre gente teniendo líos amorosos mientras que los cuentos de niños tienen una casa mágica en un árbol o un gusano conduciendo una manzana. Tú dirás quién gana”.
*Imagen: Niñas en el mar, Joaquín Sorolla, 1909
#6 La de volver a ser niña
Maravilloso, como siempre. Yo bailo (ya tú sabes) y juego con las fluffies. Intento pillarme cuando la cabeza decide que es momento de adultarme (hmm... Luego busco la etimología de agulterar a ver si van de la mano) Que te quiero y que gracias por estos regalos quincenales. ❤️