El día que me dio ese ataque de minimalismo repentino recordé que no pasa a menudo y decidí aprovechar la chispa de motivación para ordenar un poco mi vida digital. Ese jueves de enero pasé del móvil al ordenador dos años y siete meses de documentos gráficos de mi vida, me di de baja de unas cuantas newsletters que cogían polvo en mi Bandeja de Entrada…ya sabes, lo típico.
Hasta ahí todo bien.
Ahora, cuando llegué a los marcadores de mi navegador, la motivación que me animaba unos minutos antes empezó a solidificarse, impidiéndome apretar el dedo sobre el botón de borrar. Verás, los marcadores de mi Google Chrome son una especie de enciclopedia vital que aúna pasado, presente y futuro. Ahí puedes encontrar de todo: buenos propósitos, planes frustrados y realizados, sitios que me gustaría visitar, cosas que me gustaría recordar, webs que uso a diario…y mucha morralla.
Ver los cientos de enlaces que tenía guardados en marcadores fue como abrir una ventanita al pasado, a un vertedero de buenas intenciones, a un museo de potenciales yos que realmente no soy. Vista su poca utilidad más allá del pinchazo de nostalgia repentino, hacer una buena criba para quedarme con los enlaces realmente útiles sería lo más sensato, ¿no?
Pues parece ser que no. Tras un rato convenciéndome a mí misma de las bondades de aligerar, me di cuenta de que me estaba resistiendo a borrar la web del coworking para creativos con sede en Ubud y Londres o un artículo que enseñaba a restaurar un mueble para que pasara de antiguo a vintage (que suena más chic)..
Al principio no entendía mi resistencia a darle a suprimir. Después me di cuenta de que era una forma de aferrarme a partes de mí, de mi pasado; caminos que, con ese sencillo gesto, prácticamente quedarían descartados.
Creo que esta es una de las grandes razones por las que nos cuesta cumplir años. Por mucho que se empeñen no pesan tanto las arrugas o las canas, sino la certeza de que hay ciertos senderos que ya no tomarás.
Cuando somos muy jóvenes, la vida es como un lienzo en blanco. Todo es nuevo y apasionante. Las emociones nos sorprenden y desbordan porque nunca antes habíamos sentido algo igual (¿quién no se acuerda de su primer novio?), y lo mismo ocurre con las experiencias.
La vida brilla como si estuviera recién pulida y nuestros días se nos antojan una posibilidad constante. Estamos al inicio de una bifurcación infinita de caminos. Por supuesto, según las que elijamos viviremos unas cosas u otras, pero tenemos la sensación de que si el paisaje no nos complace es más fácil dar un volantazo y plantarnos en otro sendero más verde (o menos empinado).
La mirada de la juventud nos sugiere que aún queda tiempo para ser todas esas personas que son potencial dentro de nosotros. Pero las lunas nos van haciendo ver que es bastante improbable (o al menos más complicado) que acabes trabajando en un coworking en Ubud, o siendo una manitas cuando sabes perfectamente que te cuesta envolver los regalos de Navidad con un mínimo de dignidad.
Van pasando los años y sientes que el inicio de esas bifurcaciones está cada vez más lejos. De hecho apenas llegas a ver el punto de salida, que ya es un espejismo borroso que solo alcanzarás a intuir si miras por encima del hombro. Y cada vez parece todo más estático, o al menos conocido, sin tanta posiblidad de volantazo.
Así que mientras desayunas, vas al trabajo o te tomas esa merecida birra con tus amigas estás viviendo un duelo secreto por todas aquellas personas en las que te hubieras convertido si hubieras optado por otro camino. Incluso si simplemente hubieras girado hacia la izquierda en lugar de hacia la derecha en ese cruce, ¿quién serías? Siempre te quedarás con la duda.
Ojo, no estoy diciendo que sea tarde para cambiar. Que La Vida me libre de decir eso a mí. Simplemente empieza a ser más costoso, porque en lugar de llevar un ligero bolso con una muda y un cepillo de dientes cargas varias alforjas sobre la espalda. Y puede que esas alforjas que te ha dado la vida que tienes te encanten a pesar de su peso (de hecho, te deseo que lo hagan). Pero no quita para que guardar luto por todos esos sueños perdidos sea duro.
Por eso creo que las personas nos aferramos a objetos que sabemos que jamás usaremos, o nos resistimos a borrar enlaces que sabemos que nunca volveremos a visitar. Deshacernos de esas cosas o darle a suprimir significa decir adiós a pequeños retazos de nuestras ilusiones, a nuestros alter egos, dueños de otros reinos con otros caminos con flores con distinto aroma en sus márgenes. Y eso es triste.
Pero la realidad es que la vida es lo que es hoy, y volver atrás para cambiar las cosas no es posible salvo que tengas un Delorean o un giratiempo.
Pero no todo está perdido ni es tan gris. Lo que no te he dicho antes es que la edad también te hace más sabio, más fuerte, más resiliente. Ni de coña podrías sostener todo lo que tienes ahora con las manos tiernas de tu adolescente. Los callos en las manos y en el alma dan cierta sabiduría. ¿Y sabes qué? Es muy fácil canalizar esa sabiduría en destreza para cambiar de rumbo.
Así que si realmente lo deseas, estoy segura de que los años te habrán dado una habilidad sin igual para girar hacia nuevos caminos enmarcados por flores de aromas que deleiten tus sentidos. Y (casi) sin despeinarte.
Por muchos años de senderos inexplorados (y un apartado de favoritos minimalista),
Paula
*la bonita ilustración es de Beatriz, de Naranjalidad
Siempre cuesta salir de nuestra zona de confort…pero nunca es tarde de ponerse las botas y explorar nuevos caminos, consejo ten a mano unas botas cómodas que te hagan mas fácil el camino 😉