#12 - La de tocar barcos, hacer fotos y el no-verano de Estrella Damm
Aunque lo creas, no estás solo.
Por si lo dudabas, no toda la humanidad está inmersa en un verano Estrella Damm mientras tú te mueres de calor en tu sofá.
Como decía Brays Efe en su alegato anti postureo de hace un par de veranos: “qué pasa, ¿qué todas tenéis un barco? Yo jamás he tocado un barco con la mano. Dadme un barco, aunque sea un bote de remos”.
Bromas aparte, nos venden desde todas partes que para tener un verano perfecto, un verano que merezca la pena vivir (y lo más importante: enseñar) este tiene que estar rebosante de apasionantes (y caros) planes.
En esta categoría entran yates, barcos y demás embarcaciones acuáticas. Si no tienes barco, qué mínimo que una tabla de paddle surf o una piragua. Y por supuesto, no hay verano Estrella Damm que se precie sin múltiples viajes a lugares exóticos viviendo a todo trapo (nada de tuppers en la playa, por favor). En su defecto se aceptan piscinas privadas siempre llenas de amigos, que no frecuenten demasiado la oficina pero sí dominen el apreciado arte de la barbacoa estival.
Lo que muestran las redes es una realidad paralela y hedonista diseñada para poner los dientes largos. Pero quizá, por las circunstancias que sean, tú también seas como Brays Efe: no puedes tocar, ni siquiera oler, un yate. O una cala mediterránea. O un cuerpo digno del especial de verano de la Elle. O ese color tostado de piel que todos sabemos que es irreal porque las piernas nunca se ponen así de morenas salvo que hagas de tomar el sol tu trabajo a jornada completa (y ni con esas).
Las causas de tan habitual desgracia pueden ser varias: a lo mejor tienes que pasarte el verano trabajando, quizá no ganes para gasolina, puede que tengas que cuidar a alguien que no puede prescindir de ti para que te lances a experimentar El Dorado Vacacional durante unos días.
Y ese “no poder” escuece incluso aunque sepamos que ese verano editado que vemos en el reino digital tiene mucho de posado. En estas calurosas noches estivales puedes llegar a sentirte como si todo el mundo estuviera de fiesta en ese yate mientras tú les saludas desde la orilla (que en realidad ni siquiera es la orilla, es el sofá de tu salón de tu piso de ciudad, en el que si tienes suerte tendrás un par de ventiladores y víveres en forma de helado en el congelador).
Pero no estás solo, insisto. La mayoría de nosotros nos quedamos en tierra. Pero eso no significa que nuestro verano esté perdido.
Al contrario.
Como bien dice Guillermo López en el número 13 de la revista Salvaje:
“Arranca el verano y la publicidad nos vende todo lo relacionado con las vacaciones con palabras como “escapada” o “paréntesis”, un período excepcional antes de volver a “la vida real”. Pero es justo al revés: el tiempo libre no es una huida, sino un regreso a nuestro estado natural. Comer con los amigos, subir una montaña, dormir la siesta, follar, sudar, leer un libro, sumergirte en el agua y flotar a la deriva durante 15 segundos. ¿Hay algo más real que tener un cuerpo y usarlo para darnos gusto?”
Vamos, que para tener un verano para recordar no es necesario que tengas mucho dinero, muchos planes o muchos amigos fotogénicos.
Sirve con darnos cuenta de lo que realmente vale la pena. Darte gustos, darle valor a los momentos fugaces con potencial disfrutón, hacer visible lo que las prisas convierten en invisible. Volver a ser un poco más tú. Más despeinada, más relajada y un poquito más salvaje.
Puedes disfrutar del olor a aftersun y a salitre en tu pelo tras un día de playa, o del sonido de las chicharras que se eleva sobre el asfalto y llega incluso al quinto piso de tu bloque.
De una doble en una terraza, del tímido frescor de la madrugada, del quedarte por la calle un rato más tarde, de aparcar en la puerta del restaurante, de volver a tu pueblo y ver a las abuelas apalancadas en sus sillas de plástico disfrutando de “la fresca”.
Puedes disfrutar del olor dulce y sudoroso de esa persona que te encanta y que yace a tu lado en la cama (¡qué suerte!), de deleitarte con un helado de esos super insanos y que los dedos se te queden pegajosos porque se derrite más rápido de lo que alcanzas a comértelo.
De las confusas siestas en bragas sin separarte del ventilador, de la brisa acariciando tu vestido de lino, de leer o dormir un ratito más porque es verano y no necesitamos otra razón.
No olvidemos que la vida no es lo que nos ocurre a la mayoría de lunes a viernes. La vida no es correr contrarreloj para ver quién consigue más y más rápido.
La vida que realmente nos merecemos es la de la vuelta a lo sencillo, a observar nuestro alrededor y detectar oportunidades de disfrute, a deleitarnos en la potencial sencillez de la rutina veraniega.
Por cierto, aquí va un disclaimer por si acaso se me malinterpreta: esta carta no es un alegato contra las personas que sí que tienen la suerte de vivir ese verano Estrella Damm, que son pocas pero seguro que existen. Si tienes la oportunidad, si puedes hacerte un viaje memorable, genial. Corre, aprovecha. Dale a “comprar vuelos” sin mirar atrás. Crea esos recuerdos que calentarán tu pecho desde dentro cuando el calor dé paso a los abrigos y nos quejemos porque anochece a las 5 de la tarde.
Y si enseñar tu verano y tu felicidad te hace feliz (permítanme la redundancia), adelante. Quiero ver tus pies en la playa, tu yate o tu barco de remos, tus aguas cristalinas, tus looks impecables, tus mojitos al atardecer. Quiero ver cómo exprimes cada momento.
Pero por favor, disfrútalo. Que ese verano que vale oro no se quede en postureo escapista. No te quedes en la superficie de hacer cuatro fotos y sentirte guay solo porque tus pies están pisando un yate. Bucea en el disfrute, grábalo en tus retinas.
La magia está en esos momentos intermedios, en leer entre líneas, en estar bien con lo que tienes. Y para estar así de bien hay que empezar por querer estarlo. Y por dejar de compararnos.
Me despido hasta la próxima carta veraniega, que será en agosto, deseándote que tengas el verano que necesitas. Pero si el que te toca no es el que quieres, te deseo que encuentres esos remansos de paz y de disfrute hedonista que nos encienden las pupilas.
Un abrazo,
Paula
La frase
“La ligereza es una forma de elegancia. Vivir con ligereza y alegría es dificilísimo”. Blanca, de la novela Todo esto también pasará de Milena Busquets